jueves, 12 de abril de 2018

La luna reina como pocas noches.
Camináis lentamente.
Llevas a tu mujer como si fuera
un ánfora sutil que el tacto rompe.
—¿Cómo será?... ¿Será niñito el hijo?
¿Sus ojos serán grandes y expresivos?
¿Lo quieres ya sin verle?
—Lo quiero ya porque eres tú conmigo;
porque no puede oler sino a nosotros;
porque tiene el color de nuestra carne,
por ser carne de entrambos.
En idilio paterno
camináis bajo el sueño de la luna
con otro amor que la pareja novia;
con un amor que pesa en las entrañas,
no aquel que vuela sin dejar prenderse.
Ya no es anhelo Amor, es fruta hecha.
Y os queréis como quiere
el escultor sus manos.
Hay gratitud en este nuevo amor.
“Gracias a Dios” —decís—, pero pensáis
“gracias a ti” además.


Y luego con inmensa y muda voz:
“gracias a todo, a todo,
a la luz, al momento, a los jardines,
al cielo, a los volcanes, a los ríos,
al aire que mecía tus cabellos
y a la estrella que vimos en el aire”.
Luego, tú, el padre,
en un silencio breve, pero lleno,
dijiste para ti:
Viene del viejo mar, soy como un mito;
acaricié la vida
como un alma pagana;
pero viví también la oscura selva
que tortura a las almas religiosas;
y, al fin, cuando mi edad
es luna, tiempo y muerte,
hago esta flor sencilla
en un vaso muy joven. Soy un loco.”
La pareja siguió pensando al hijo.






Ya no tocan los ángeles sus clarines 

y los demonios de la carne se acurrucan medrosos.
Una gran sordera
recorre las galerías de mi alma sin ti.
Vanidosamente, pienso que mis gemidos alcanzan alturas bíblicas,
y que mis brazos llenan en aspa el cielo azul, hoy turbio.
No gimo, no hablo. En el silencio sin fondo
se propaga mi angustia.
Mis ojos persiguen tu aroma
y mi olfato se ciega en tu desaparición.
¿Qué destino dar a estas manos que sostuvieron
la bengala de la felicidad?
¿Cómo volver a los asuntos vulgares
este pensar que vivía de tu presencia?
Desencajado y roto voy, miserable carrito,
al paso del asno de la melancolía,



por una cuesta sin vértice,
devorando las hojas del calendario vivido.
Hay un sábado rojo y un domingo de luz
que ya son carne y médula de mis días futuros.
Con ellos, y con la aurora de tus dientes inmaculados,
y con el secreto alentador de tus ojos,
seguirán mis pies más seguros hacia el oriente.
¿Por qué, por quién fué quitada la escalera de mi departamento?

¿Por qué, por quién fueron tapiadas sus ventanas?
¿Por qué, por quién se ordenó mi soledad?
Sólo vosotros, los que camináis indefensos
y desnudos por la selva sin éxito,
comprenderéis este desgarrón inefable
que hace querer la vida por encima de todo.
El miserable carrito sin estabilidad
fué carroza y tren poderoso.
Bendita, vendita tú, ¡ay de mí!
¡Bendita tú por haberme querido!
Por haberme conducido a través de la felicidad,
camino de la desventura.










Yo detesto las rosas;
una rosa me encanta.
Yo detesto los árboles;
pero un álamo, un chopo,
un níspero, un olivo
son como gente mía.

Yo detesto las piedras,
pero el agua-marina,
la esmeralda, el topacio
y el profundo zafiro
son almas misteriosas
que agrada sondear.



Poemas de José Moreno Villa



Un renglón hay en el cielo para mí. Lo veo, lo estoy mirando;
no lo puedo traducir,
es cifrado.
Lo entiendo con todo el cuerpo;
no sé hablarlo.











José Moreno Villa nació en Málaga el 16 de febrero de 1887 y falleció en México en 1955. Entre las labores que realizó se destacó como bibliotecario, poeta, crítico y documentalista; y fue una figura indiscutible de la llamada Generación del 27.
A los 17 años viajó a Alemania a estudiar química. A su regreso, cuatro años más tarde, fundó la revista cultural Gibralfaro, predecesora de Litoral. Además, entabló amistad con Alberto Sánchez Pérez y Benjamín Palencia.
Colaboró con sus conocimientos como historiador en la recuperación de la memoria española y en la investigación del bagaje artístico de la tierra ibérica.
Cuando estalló la Guerra Civil, se comprometió con las ideas de la República, pero esto lo obligó a exiliarse, para evitar que lo asesinen. Se trasladó a México, donde se unió al grupo intelectual del que formaban parte Federico Cantú, Renato Leduc y Alfonso Reyes; en este período su obra se mexicanizó.
Entre sus obras más conocidas se encuentran "Garba", "Luchas de Pena y Alegría y su transfiguración" y "Puerta severa". Te recomendamos leer algunos de los poemas que podrás encontrar a continuación, tales como "Después de todo eras tú lo que yo buscaba", "La verdad" y "Vivo y sueño".